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| Foto Archivo periódico El Gallinacero / ADNR |
Faber Cuervo
Economista
Universidad de Antioquia
Somos demasiado lentos para evolucionar, demasiado terrícolas para pensar, demasiado tardíos para decidir. Y si hacemos caso de Ramtes, protagonista de la película Un hombre mirando al sudeste, podríamos agregar, “los humanos saben que son infelices y no les preocupa (…), es más fácil que haya un cambio de especie que de conciencia”. Siete mil millones de personas convivimos en una casa deteriorada por nuestra propia mano; nos rodean escombros por tierra, aire y océanos, y…! no los vemos ¡ La competencia, el miedo y la miserable lucha por la subsistencia son el pan de cada día. Seguimos empeñados en nuestros vanos egos emocionales, seguimos juzgando desde inexistentes superioridades, seguimos reproduciendo patrones de comportamiento caducos. Jamás, fuimos tan esclavos como somos hoy. Confinados en trabajos no deseados que roban nuestras energías; atrapados en una economía estranguladora dirigida por una mano invisiblemente visible; dependientes del dinero y de adicciones afectivas; idólatras compulsivos de un consumo innecesario; cautivos de instituciones y leyes absurdas; corderos de creencias separatistas e inmovilizadoras.
Nuestra civilización, empachada de un descomunal progreso técnico, ha evolucionado (involución necesaria) a un estado de saciedad de los sentidos. De la fe y la represión sobre el cuerpo, la humanidad dio el salto a la razón y la liberación de la piel. Sin embargo, el abuso de la razón que se volvió sinrazón y el empalago en los placeres que se volvió goce-muerte, han conducido el día a día de los seres hacia la supeditación a dos funciones primordiales: la subsistencia y la reproducción. En su largo trajinar, éstas se han convertido en codicia y lujuria, publicitadas y reforzadas por la “cultura”, la misma que mutó en entretenimiento. El entretenimiento es la nueva piedra filosofal de la humanidad para encontrarle sentido a la vida. Se trabaja duro porque luego viene el entretenimiento, se aceptan condiciones humillantes porque seremos recompensados con el entretenimiento, al fin de cuentas es un placebo que nos ayuda a escapar de la vida real y a afianzarnos en lo ilusorio.
El entretenimiento intensifica la dependencia de hombres y mujeres al exiguo espectro de los cinco sentidos, a través de la exaltación de la juventud y la belleza, la invasión de imágenes sugestivas, la promoción del culto al cuerpo y del apetito sexual, el boom de la culinaria, la espectacularidad de los deportes, el voyerismo de los realities-bodas del siglo-telenovelas-modelos, la música de consumo, la andanada noticiosa. Todo esto constituye el imperio de la lujuria (que no se constriñe sólo al sexo), la inconsciente tiranía de las emociones. Por otro lado, la cultura del entretenimiento incentiva la esclavitud hacia el dinero, a través de programas concurso donde se premian los más “avispados” y memoriosos, los premios literarios “prestigiosos” que entregan una exorbitante suma de dinero a un escritor quien presenta una obra que refuerza todas las anteriores adicciones, la difusión de estrafalarios trabajos-empleos-inversiones que generan ganancias rápidas, la publicidad de roles exitosos, el cine que vigoriza la sumisión salarial y la “normal” convivencia entre extrema opulencia y extrema miseria.
El primer pecado capital de la civilización consiste, entonces, en el encasillamiento en la experimentación epidérmica de la materia, reduciendo –así- las relaciones con el entorno a meras sensaciones que derivan en prolongado goce-muerte. La plenitud de la existencia está ligada indefectiblemente al deseo, pero sin identificarse con lo de afuera; cuando esto ocurre, hay goce prolongado, la vida deviene –inconscientemente- en orgasmo perenne, muerte. El segundo pecado capital consiste en la entrega sin límite alguno a la conquista de las riquezas. Opera idéntico mecanismo de identificación-goce, porque la codicia es tener para acumular más, abandonarse al placer de ver pilones de futura chatarra. Se renuncia de esa forma a otras posibilidades para “experimentar” la vida, por ejemplo, desde el vacío. Vaciarnos para que llegue lo que es imprescindible; simplificar las actividades para hacer cada vez menos con mayor intensidad y conciencia.
Una adolescente estudia “Diseño de la comunicación visual”, con el fin de hacerle, algún día, una publicidad a la empresa Coca Cola (gran depredadora del agua), y así volverse rica y famosa. Un universitario estudia geología pensando en trabajar con una multinacional que explota minerales en los páramos. Un joven estudia economía con la meta de asesorar bancos en métodos más sutiles para esquilmar a los ahorradores. Otro sigue estudios de administración para medrar como directivo en una Empresa Promotora de Salud (EPS). Una muchacha se inclina por la contaduría porque calcula que a través de contrataciones públicas puede subir de estrato social. Un muchacho es juicioso estudiante de derecho, porque aspira a ser defensor de un rico efímero que lo forrará en metálico. Y así, sucesivamente. Metas marcadamente individualistas hipotecan importantes oficios a desproporcionadas ambiciones. Entonces, los móviles que rigen el modo de vivir de muchos individuos desencadenan complejos dramas y efectos de vasto alcance, su dinámica es arrolladora, urde un mundo de pisoteos, angustias y fracasos. Irradia un modelo de comportamiento general en el seno de las sociedades, estructuradas por una matriz programadora de la supervivencia y la codicia. Pareciera imposible, evadir esa telaraña planetaria que gobierna las vidas de las personas, ¿quién puede librarse de ella, si estamos como moscas revoloteando dentro sin cesar? Sin embargo, sí es posible salirse de esa ficción que nos han programado y vendido como realidad cotidiana. ¿Cómo? No cooperando con ella; no permitiendo la reducción de la rica multiplicidad de la vida a mero cuerpo-materia receptor de empobrecedoras emociones; renunciando a la satisfacción reiterativa de la epidermis que suplanta las inmensas posibilidades del ser; eligiendo formas de subsistencia que no afecten a ningún semejante, ni a la naturaleza.
Cuando criticamos el consumismo de los norteamericanos, deberíamos pensar también en el derroche que nosotros mismos hacemos del agua y de la energía eléctrica. Cuando criticamos las guerras por el petróleo, deberíamos preguntarnos ¿no somos acaso nosotros tan culpables al demandar petróleo con nuestros hábitos y usos? Si somos consumidores impulsivos de gasolina, ¿no seremos parte del problema? Nuestro derroche de energía fósil, amén de la tecnolatría, justifica la matanza de inocentes en Asia y África en el demencial saqueo del petróleo, el coltán y otros recursos naturales para la producción de juguetes tecnológicos. Un periodista que se limita a dar la versión de los gobiernos acerca de un hecho que impacta negativamente a las comunidades, contribuye con la matriz de ficción implantada en las mentes de los individuos, es cooperante de primera fila con el engaño. En el mismo momento en que escribo esto, están muriendo civiles inocentes en Libia por los bombardeos de la OTAN, sin embargo, leo los titulares de los principales diarios del mundo y todos igual dicen como si alguien les hubiera dictado: “Exitosas operaciones de la OTAN en defensa de la población civil”. La civilización ha disfrazado el saqueo violento de los recursos naturales con las retóricas de la lucha contra el “terrorismo” y el tráfico de drogas, la cooperación internacional, la defensa de las “libertades democráticas”.
El liberalismo y el antiliberalismo, las democracias (en todas sus versiones), los totalitarismos (de derecha e izquierda), han sido distintos semblantes de una misma naturaleza: la matriz civilizatoria que hipnotizó a las sociedades y las convirtió en rebaños de esclavos. Se han alternado de acuerdo a las cambiantes necesidades de los programadores, según las resistencias de los pueblos que intentan despertar de la subyugación que la matriz conlleva. En un momento determinado fue más apropiada la democracia esclavista (Grecia), luego fue más económico el sistema de servidumbre feudal, después se liberarían ejércitos de reserva obrera para legitimar la democracia liberal; de los anteriores modelos nacieron los totalitarismos del siglo XX, propiciados por el reparto de las riquezas mundiales y las defensas nacionalistas a ultranza. Un rasgo común han comportado esos sistemas políticos, cual es el instinto de conservación de estructuras rígidas, entre ellas los códigos amo-siervo, la reducción del humano a la condición de productor –consumidor-pagador de impuestos, la consolidación de instituciones para el control y la manipulación. La diferencia entre esos sistemas políticos de control y dominación de las masas-ciudadanas-rurales, radica en que algunos de ellos enmascaran menos la verdadera esencia de su accionar; verbigracia los estados que imponen con bombazos y resoluciones maniqueas la “protección de los derechos humanos” y la “democracia”; alguien podría insinuar que unos sistemas políticos propician muerte a cuenta gotas, otros a chorros, y no se le podría objetar. Aquí lo importante a subrayar es que ninguno de esos semblantes transforma el paradigma de la civilización, pues todos cumplen el cometido sustancial de control y subyugación. ¡Indignaos! La libertad sigue encarcelada.
Tenemos, entonces, el tercer pecado capital de la civilización: la razón instrumental. La matriz civilizatoria de la modernidad está mostrando todos sus dientes sin reato alguno. Un darwinismo sociopolítico inventó el neocolonialismo humanitario, que justifica los asesinatos selectivos, las ejecuciones extrajudiciales, las guerras de drones. Hizo que la “comunidad internacional” fuese usurpada por un puñado de gobiernos europeos y de los Estados Unidos; también volatilizó con ardides del postmodernismo (fraude intelectual) el concepto de la soberanía de las naciones. Pero el principal logro de ese darwinismo ha sido el nuevo “derecho internacional” que autoriza a Washington y sus socios a violentar estados, con o sin resolución del Consejo de Seguridad, a través de la OTAN o AFRICOM, en nombre de la “responsabilidad de protección humanitaria”. Ese derecho internacional instrumentalizado es la versión actualizada de la ley de la selva que amenaza una “intervención humanitaria” contra gobiernos “descarriados” que están al frente de países con abundantes recursos naturales (Venezuela, Bolivia), contra gobiernos no afectos a Israel (Irán, Siria, Líbano), contra territorios geoestratégicos (Corea del Norte, Yemen, Pakistán, República Democrática del Congo, Costa de Marfil, Sudán, Zimbabue, Eritrea, Somalia, zonas del Ártico). Los límites de la función codicia están tocando puerta. ¿Hacia dónde ir para aumentar la tasa de ganancia (ley fundamental de la globalización capitalista), si casi todo el orbe está explorado, cuantificado y saturado, si la Madre Tierra y los primigenios mares ya no soportan más basura, si los recursos naturales están diezmados? El paradigma de la razón instrumental también contiene en sus entrañas el olvido programado. La realidad que nos ha sido implantada a través de software mediático nos programa para olvidar eventos históricos que han sido traumáticos para la raza humana: las dos guerras inter-imperialistas mundiales, las bombas contra Hiroshima y Nagasaki, el desastre nuclear de Chernóbil. Ya se nos olvidó que la vida del Golfo de México fue prácticamente aniquilada por un derrame de petróleo ininterrumpido durante tres meses. ¡ Y ocurrió apenas hace un año ¡ Y así está sucediendo con el colapso de la central nuclear de Fukushima, y así pretenden que ocurra con todas las arbitrariedades cometidas desde la razón instrumental.
La civilización va en una dirección, mientras la Tierra va en otra. Ahí estriba el equívoco de la primera, pues somos apenas un bello discurso de la Naturaleza; se genera así otro pecado capital, más antiguo que los tres anteriores. Desde que nos separamos de la Naturaleza y empezamos a agredirla, arrancaron, también, la persecución y los ataques intolerantes a las manifestaciones de diversidad, pluralismo y los procesos multifactoriales. Comenzó ese impulso uniformador del pensamiento, de la belleza, de la economía, de las costumbres, de la alimentación, de las culturas. En esta pretensión homogeneizadora reposan, en gran medida, las declaratorias de guerras y tensiones de la historia humana. Ese rumbo no ha sido detenido, ni por las utopías surgidas durante el periodo del Renacimiento, ni por las posturas humanistas, ni por las críticas marxistas, nihilistas, existencialistas, ecologistas, artísticas. Todo parece indicar que la civilización tiene que agotarse con sus crápulas y berrinches, que arrastrará consigo hasta la disolución, las fronteras entre el bien y el mal, entre lo correcto y lo incorrecto, entre lo humano y lo inhumano, entre lo público y lo privado, entre lo legitimo y lo ilegitimo. Como si estuviera condenada a extraer hasta el último barril de petróleo al precio de la más abyecta orgia de sangre, a destronar soberanías, aplastar dignidades, pulverizar derechos y reglamentos. El riesgo que correrá será la autodestrucción, pero una corazonada nos alienta (no una razón) y nos sopla que antes de que ello ocurra, la Naturaleza vendrá en nuestra salvación.
Se dirá que la “primavera árabe”, los levantamientos populares en países africanos, el movimiento de Los Indignados en Europa, Israel y en el propio corazón del sistema financiero mundial (Wall Street), son una señal de que el género humano está reaccionando masivamente contra la matriz civilizatoria, reflejando un despertar de la conciencia planetaria. Esto es verdad, pero también es verdad que los nuevos gobiernos que reemplazan a los Mubarak, Ben Ali y Rodríguez Zapatero destronados, no permiten cambios relevantes en las estructuras culturales y socioeconómicas. De todos modos, la noosfera (invisible envoltura mental o de inteligencia del planeta) avanza hacia su limpieza y concienciación, hacia un organismo planetario unificante que vencerá el divisionismo territorial (fronteras) y tribal (nacionalismos). “La edad de las Naciones ha pasado. Ahora, a menos que deseemos perecer, debemos sacudirnos nuestros viejos prejuicios y construir la Tierra”, ha dicho Teilhard de Chardin desde 1969. Las crisis ambiental y política mundial (crisis de la biosfera) nos ayuda a evolucionarnos; la tecnosfera y la ciberesfera también son etapas indispensables en ese tránsito hacia un cambio cualitativo (dimensional) en nuestro proceso evolutivo, que derivará finalmente al paso de una civilización técnica a la conciencia psicotécnica. La tecnosfera y la ciberesfera constituyen la envoltura artificial, sistema intermediario entre la biosfera y la noosfera; la ciberesfera es esa gran autopista de la Internet, el teléfono celular y el fax, siendo la Internet la principal fuente de la polución noosférica. De allí que esa pluralidad anárquica de voces deba mutarse en un estado mental superior para obtener una simulación tecnológica de la conciencia; y así saltar del Homo Ekonomicus al Homo Noosphericus. Pero, como somos demasiados lentos para evolucionar, demasiado terrícolas para pensar y demasiado tardíos para decidir, vamos a necesitar de un gran empujón de la Naturaleza, la misma que puede imponer un nuevo orden en nuestro desorden. Digámoslo con las palabras de un anciano campesino al referirse a las inundaciones que azotaron a Colombia en el primer semestre del año: “Por primera vez veo un cambio importante en las zonas ganaderas; los propietarios regalan sus vacas a los campesinos porque saben que se van a ahogar. Si la naturaleza no vuelve por sus antiguos humedales, la gente no podría comer carne ahora”.
Los polos vienen derritiéndose en el último lustro a causa del calentamiento global. Parece que este proceso es irreversible, y provocará un quiebre en la entropía planetaria. Paradójicamente, en este probable evento y en las tormentas solares, pueden radicar las soluciones a nuestra desatinada medición de las consecuencias. Lo que ni el desespero, ni la escaza voluntad, ni la inaudible sensatez, han podido resolver, lo podría corregir La Naturaleza y el Macrocosmos. Serían ellas las que pudieran refutar a Ramtes en su lapidaria sentencia de que “es más fácil un cambio de especie que un cambio de conciencia”. Nosotros, los bípedos, quienes apenas somos un subsistema del gran sistema Natural (que nos contiene) hemos pretendido doblegar a la única sabia, la Naturaleza madre de todas las materias primas, a costa del deterioro de nuestra común casa. ¡Cuánto nos ha desnaturalizado la ilusión matricial que nos implantaron! Somos materia altamente organizada y permitimos que nos la desorganizaran. Cuando alguien, por primera vez, dijo “de aquí hasta allá es mío”, aceptamos dar el paso hacia la propiedad privada que condujo a imprevisibles consecuencias; cuando nos apartamos de lo que nunca nos debimos separar (la Naturaleza), abrimos las puertas a la destrucción ambiental; cuando erigimos a la razón como un nuevo dios, avalamos la patente de corso para cometer cualquier arbitrariedad, pues como dijera el pintor Francisco de Goya, “el sueño de la razón crea monstruos”.
La comunidad científica comienza a inquietarse porque hay evidencias fenoménicas sobre algunas profecías emitidas desde nuestros hermanos indígenas ancestrales. Los Hopis, los Mayas, los Iroqueses, anunciaron un cambio de paradigma, cambios energéticos, cambios de frecuencias vibracionales (por tanto de comportamiento), a partir de sucesos astronómicos que culminan un ciclo de tiempo de larga trayectoria, los mismos que contribuirán a desactivar parte de nuestros programas informáticos culturales. Se abrirá la posibilidad de que en lugar de la razón instrumental y el imperio de la lujuria y la codicia, fuésemos programados por un nuevo software: La comprensión; la reconexión con nuestro inconsciente individual, colectivo y cósmico; percepciones no racionales, intuiciones, ensoñaciones, imaginaciones, telepatía, comunicación extrasensorial, información del campo cuántico, etc. Una de las primeras instituciones que cambiará para bien de todos será la universidad; entonces la universidad no será más un mar de conocimientos con una gota de comprensión, sino un mar de comprensión con un lago de conocimientos. Se asumirá la realidad como una totalidad unificada donde todas las cosas están entrelazadas, donde nada existe en y por si mismo. De ese modo, se evidenciará la limitación del pensamiento conceptual, su incapacidad para contener y encerrar la realidad y la verdad, su propensión marginal al dogma.
El crecimiento económico, la competencia y la productividad (santísima trinidad de los economistas) ya son categorías obsoletas. Democracia dejará de ser un concepto comodín para legitimar perversas dictaduras que se escudan tras ella. El avance de las neurociencias, la biología molecular y la genética, confirmarán que el “Yo” es una mala pasada que nos juega la mente (ya lo dijo Rodolfo Llinas en “El cerebro y el mito del yo”), además de que seguiremos estando más cerca del cerebro del perro que de la inteligencia artificial robótica. La física cuántica, la comprensión del ADN chatarra, la activación de la glándula pineal, nos pondrá a la mano la programación de nuestra propia realidad. Tal vez, le daremos la razón al Doctor Humberto Maturana cuando afirma que “lo que nos hace humanos es ser cooperantes y amorosos; el ser humano se desvió hacia una deriva de la cultura en el proceso histórico, pero esto se puede revertir” (Biología del amor). Quizás, comulguemos con el Maestro Manfred Max Neef acerca de que “el describir y el explicar es parte del conocimiento y el conocimiento es el reino de la ciencia. El comprender, en cambio, es algo mucho más profundo y no tiene que ver con la ciencia, sino más bien con la percepción profunda, o sea con la capacidad de iluminación” (Bogotá: Primer Congreso Internacional de Creatividad. 1992).
Vendrá, entonces, el mundo de la comprensión, el mundo de los paralelos, lo simultáneo, la síntesis, la reintegración. Ya estamos en él. Se despiertan neardentales, medievales, hobbits, magos, brujas, románticos, cristales. La Internet surge como la forma final que define la ciberesfera o esfera intermedia entre la biosfera y la noosfera; es la voz planetaria, conciencia reflejo del Universo, la red de la libertad que ahora quieren apagar los tres mosqueteros de la OTAN. Ya estamos cuestionando la fragmentación a la que nos sometió la cultura; comprendiendo que para comprender, debemos formar parte de aquello de lo cual nos hemos separado. Resolviendo problemas aceptando que somos parte del problema. De ahí, que la cosmovisión indígena vuelva a brillar como un faro en un piélago oscuro, la abrazaremos como a una luna invisibilizada de la unidad vital: la luna de la conservación de la Naturaleza, del diálogo con fenómenos astrofísicos, del convencimiento de que vale más el agua que el oro. Lo indígena es una programación no compatible con los valores principales de la civilización matricial, es decir con la excluyente propiedad privada, la depredación, la producción de basuras, la competencia, el consumo desordenado, la producción desaforada, la vanidad. No es sólo una cuestión racista el que los indígenas hayan sido perseguidos, arrinconados y asesinados; ellos son un obstáculo para el avance de la globalización capitalista (destrucción de bosques tropicales), columna vertebral de la civilización contemporánea.
Vivimos un renacer de lo ancestral, un despertar de conciencia holística; pero pareciera que este auge no fuera suficiente, como si faltara un gran acontecimiento que ayude a sepultar los fundamentos de la arrogante civilización egocéntrica de los pecados capitales, de la tecnolatría, del abuso de energías sucias, del saqueo y la violencia. No obstante, ese gran acontecimiento –que pueden ser varios- ya está caminando; uno solo o la conjunción de varios de ellos será el punto de inflexión, la ruptura con una matriz ilusoria que ha confinado al ser, durante milenios, a las repetitivas emociones del cuerpo. Puede ser el cambio de polaridad terrestre debida al deshielo; se afirma que la civilización Atlántida desapareció a causa de este mismo fenómeno, aunque también dicen que los mismos atlantes se hundieron con sus guerras nucleares… ¿se repetirá la historia? En este tenor, es probable, también, la acción contundente de una tormenta solar, la cual podría inutilizar los satélites que orbitan alrededor de la tierra, bloquear las comunicaciones, el Internet, el sistema eléctrico, la navegación GPS, los movimientos financieros, el bombeo de agua potable. Desde principios del 2011 se registra una actividad solar que crece con el paso de los días, los satélites detectaron llamaradas del tipo X, las más poderosas que puede producir el sol. El 7 de marzo hubo una eyección coronaria de 1.000 millones de toneladas del sol, a una velocidad de 2.200 kilómetros por segundo, con la fortuna de que partió en dirección contraria a la tierra. Las llamaradas son explosiones que se presentan cuando la energía almacenada en campos magnéticos entrelazados es liberada de súbito; producen un estallido de radiación en el espectro electromagnético; afectan las redes eléctricas y de comunicación y contribuyen a corroer las tuberías de transporte de combustibles (Datos de la División de Heliofísica de la Nasa en Washington).
La Madre Tierra también puede actuar con múltiples y simultáneos reacomodamientos de sus placas tectónicas y sus consecuentes tsunamis. Los movimientos sísmicos siempre han ocurrido, pero inquieta que en la última década se hayan incrementado en número e intensidad. Los terremotos de Chile y Japón desviaron a la Tierra de su eje un poco más; los desastres nucleares de Chernóbil y Fukushima enrarecieron, aún más, la hidrosfera, la biosfera y la atmósfera, al contaminarlas con radioactividad. A ello se suma el efecto multiplicador de las radiaciones por causa del uranio empobrecido, diseminado a través de las “bombas inteligentes” lanzadas contra países que tienen riquezas naturales (Irak, Afganistán, Libia). De otra parte, el nuevo “derecho internacional” legitima invadir países para robar el petróleo, el agua y otros recursos, lo cual constituye otro factor que contribuirá a la pérdida de sentido de la matriz ficcional, aunque por la vía del dolor y la crueldad. Ya estamos en un mundo orwelliano, con un gobierno mundial (EEUU, Israel, Inglaterra, Francia), un policía global (la OTAN), un Banco Mundial, una productora de alimentos mundial (MONSANTO y compañía), un juez mundial (ONU-CPI), una doctrina global (el SAQUEO NEOLIBERAL), una agencia de noticias global (los LATIFUNDIOS MEDIATICOS), el Gran Hermano que vigila y dicta las noticias.
En el entramado de todas las opciones, subyace la responsabilidad de los pecados capitales, elecciones que hicimos en el juego del libre albedrío que se nos concedió. Palpitan orondos como si los movimientos de la conciencia comprensiva y de los asuntos astrofísicos no tuvieran que ver con ellos. El tiempo y el espacio están cambiando su frecuencia vibracional; el planeta ha variado su posición en la Vía Láctea. Se nos vienen vientos energéticos con nuevos designios. No es catastrofismo. Es la necesidad de proyectar un límite. Lo dijo Albert Einstein: “Sólo hay dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana; aunque no estoy tan seguro de la primera”.
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